Sus gentes. Ons: una isla habitada. Capítulo 3

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Ons: una isla habitada · Paula Ballesteros-Arias y Cristina Sánchez-Carretero

 

Capítulo 3
Sus gentes

La isla de Ons estuvo habitada de forma permanente desde el siglo XIX. A mediados del s. XX es cuando se registra el mayor nivel de ocupación. A partir de ese momento comienza su caída, especialmente a partir de los años 70/80 que será cuando comience el acelerado descenso de su población, sus viviendas queden en estado ruinoso y los campos de cultivo abandonados. En la actualidad en la isla viven de forma permanente aproximadamente media docena de personas, además de varios trabajadores del Parque Nacional (un guarda y varios operarios). Esta población se ve incrementada notablemente en época estival, cuando la mayor parte de las familias retornan a sus casas, aumenta el número de empleados del Parque Nacional, y el turismo hace patente su presencia, dando lugar a un gran dinamismo social y favoreciendo un creciente impacto en la economía local.

La gente de hoy son los descendientes de los antiguos colonos de la isla, que desde mediados del siglo XIX se instalaron en ella. Procedían de la zona del Salnés, principalmente Sanxenxo, de Noalla y posteriormente de la península del Morrazo: Loira, Meira, Bueu o Cangas. En un principio, los vecinos de las zonas costeras más próximas trabajaban las tierras baldías, a las que llevaban el ganado y de las que recogían el tojo para fertilizar las tierras de labradío de tierra firme, en una isla que pertenecía a la Iglesia. Será a partir de la Desamortización de 1836 cuando pase a manos privadas, primero a la familia Valladares y posteriormente a la de Riobó, cuando algunos de esos primeros colonos decidan asentarse definitivamente en la isla enfrentándose a las roturaciones de unas tierras que llevaban sin trabajar siglos. Ellos no eran dueños de las tierras y por su uso debían de pagarle una renta al dueño, o amo, una parte de los frutos de la tierra (el maíz) y los frutos del mar (todo el pulpo que pescaban se lo tenían que vender).

Lejos de pensar en una isla bucólica, vacía o alejada, en su momento más álgido llegó a ser poblada por medio millar de personas que habitaban en ochenta viviendas agrupadas en barrios: Caño, Curro, Canexol, Pereiró, Cucorno y Centulo.

 

Imaginemos un momento de intenso tránsito por la isla a mediados del siglo XX:

Gente trabajando en el mar: en 1942 estaban registradas 150 dornas dedicadas a la pesca del pulpo; en la fábrica de salazón, en los secaderos de pulpo, en la pesca, en el marisqueo, en la recogida de algas… Gente trabajando la tierra: la principal fuente de sustento debido a que los largos temporales de invierno hacían imposible vivir hacia el mar. Pensemos que la totalidad del territorio de la isla estaba trabajado. Lo que no era de labradío, lo era para recoger el tojo pequeño con el que abonaban las tierras, o el tojo grande para calentar la cocina, y tierras ambivalentes que mantenían el ganado. No había más tierra; es la que es, un territorio acotado en el que los límites los pone el mar. Había escuela a la que asistían los niños y niñas en el tiempo robado a las tareas domésticas; los intercambios económicos, las tabernas, los trabajos comunales.

También les llegó la Guerra Civil y el hambre en la postguerra. La falta de madera para calentar la cocina hacía que los que tenían menos recursos y, por lo tanto, menos tierras, tenían que ir a Onza en la dorna a recoger el tojo grande ya quemado por los continuos incendios para aprovecharlo, aunque todos iban allí a recoger la hierba que crecía de forma natural para alimentar su ganado. También robaban algún pino, a escondidas.

Ahora, imaginemos un momento el tránsito entre la isla y el continente. La obtención de recursos marinos en la isla, como el pulpo y el percebe, y su posterior venta en el continente. En el imaginario simbólico, la procesión de los muertos “La Santa Compaña” viene del punto más cerca de tierra firme, allá en la Lanzada, atravesando el mar para llegar a la isla por el arenal de Melide y desaparecer finalmente en el camposanto de la isla. En Beluso está su parroquia. Allí, en ocasiones y cuando no venía el cura a la isla, iban a bautizarse, a casarse y, más recientemente, a enterrarse.

Pero llegaron los años 60, y con ellos la expropiación de la isla por el Estado, pasando a depender ahora del Instituto Nacional de Colonización. En este momento se decide hacer una reforma integral de la isla argumentando, como en otros casos ocurridos en la península, la necesidad de efectuar una reforma social y económica de la tierra después de la Guerra Civil.

Bajo estos parámetros se decide construir una nueva aldea en Curro. Allí estarían ahora los edificios públicos, ocupando los terrenos de la antigua fábrica de salazón, con el fin de centralizar los usos públicos y comerciales para un control más efectivo de estas actividades. Así se hace una nueva iglesia en sustitución de la que había en Canexol, se hace una nueva escuela separando a los niños y niñas y sustituyendo a la que ya también había en Canexol, una casa para el maestro, para el cura, para el médico, la “Casa forestal”, lavaderos comunitarios, e incluso un granero de tipo castellano. Pero no se construyó un muelle nuevo solicitado por los marineros insulares. La mayor parte de ellos ya estaban dando el cambio del barco tradicional, la dorna, por los modernos barcos a motor. Las dornas varaban en la playa pero estos barcos no. Se necesitaba un muelle en condiciones que le diera abrigo. Pero, ante las continuas negativas, poco a poco los habitantes de la isla fueron marchando para Bueu, donde sí tenían un muelle que reunía las condiciones aptas para su amarre. Marcharon los marineros y a sus familias.

La escuela se usó pocos años, la vivienda del cura y del médico nunca se llegaron a utilizar, el granero tampoco. En 1980 la isla estaba prácticamente abandonada.

Ahora es otra isla. Ahora hay otro tipo de poblamiento marcadamente estacional, surgen otros problemas al ser Parque Nacional, hay otros usos que nada tienen que ver con los del pasado, otros conflictos que solucionar.

Ons está lejos de ser una isla deshabitada. La vida, la muerte, las fiestas, las enfermedades, las sanaciones, los remedios, el fuego, los cuentos, las leyendas, el viento, el mar, la tierra… el conocimiento de la gente de la isla aún está en la memoria de algunos, creando también otra nueva. Los que quedan son los herederos del conocimiento absoluto de su territorio y del ciclo de la vida y de la muerte que en él se mezclaban.

Imágenes:

© CSIC

 

Si dispone de conexión a internet, le recomendamos que consulte el vídeo “Ons: mar, terra e identidade” a través de este enlace.

Título: Ons: unha illa habitada

Autor: Ballesteros-Arias, Paula ; Sánchez-Carretero, Cristina

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Author: Cíes.gal

Redacción Cíes.gal.

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