La isla de Ons, llegaría a su máximo demográfico en el año 1955, con un censo de 535 habitantes.
Pertenece territorialmente al ayuntamiento de Bueu, en concreto a la parroquia de Santa María de Beluso.
Estos habitantes, descendentes del siglo anterior, fueron quien de ir conformando una cultura de por sí, que se reflexa en su identidad y singularidad.
La isla, cuenta con un hábitat poblacional disperso, aunque agrupadas las casas por barrios, O Curro, O Caño, O Canexol, Pereiró, Chan de la Pólvora, O Cucorno, Melide y O Centulo, donde destaca la cantidad de hórreos con granero existentes, dando cuenta de la extensión que conseguían los cultivos.
Las viviendas, eran casas de un solo piso, con orientación este, encaladas de blanco, tejado a dos aguas y pequeñas ventanas para evitar los vientos del norte y la salinidad, siendo aún ejemplo vivo, de la vivienda terrena de la costa gallega, junto a construcciones adjetivas como molinos, canastros, lavaderos, cortes o alpendres.
Tras la vivienda de dos plantas del barrio de Canexol, la llamada Casa rectoral, delimitada por dos grandes hórreos, estaba el espacio donde se celebraban hasta los años 60 las fiestas. Esta edificación de dos andar pasó por ser vivienda de los caseros de los marqueses dueños de la isla, escuela y vivienda de la maestra, pedanía e incluso la taberna «A Cana», según la época.
Los vecinos de los diferentes barrios se reunían en estas tabernas, en la vieja ermita, donde se encuentra el cementerio, en la matanza del cerdo, en las bodas o en las fiestas de San Xaquín que se celebraban en el adro de la fiesta, donde no faltaban las bombas de palenque, las gaitas, bombos y pandeiretas, y también se cantaba, bailaba o se jugaba a la llave. Existía un grupo folclórico, «Airiños de Ons».
La diversidad del origen de los vecinos de Ons, a principios del siglo XX, desde eO Barbanza hasta O Morrazo, la insularidad a la que se vieron sometidos, cierto aislamiento ( el punto mas próximo entre la isla y el continente es Punta Faxilda a 3,5 km, sin obviar los temporales con aislamiento obligado durante un tiempo indeterminado) y la carencia de servicios espirituales o sanitarios, que no siempre estuvieron garantizados (inexistentes o irregulares, y discontinuos en el tiempo) iría conformando esta cultura única. Una grande identidad, que por lo tanto fue mezclando creencias paganos y cristianos, creando a la vez esa cultura propia.
La insularidad, magnificaba creencias que también se daban en el continente. Así, algunas tan habituales del rural gallego, eran aquí, si cabe, magnificadas, por las condiciones a las que nos referíamos, como la tan arraigada de la Santa Compaña, vínculo entre el mundo de los vivos y de los muertos, que avisa de la llegada de la muerte de alguno vecino. También el mal de ojo, para lo cual existían numerosos remedios, así como otras supersticiones y cantidad de leyendas y mitos, asociados la diferentes lugares como el Buraco do Infierno o a la Cova dos Mouros, que causaban cierta desazón entre los habitantes de Ons, que fueron quienes de ir haciendo crecer estas creencias, leyendas, mitos y realidades.
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Imagen:
Santiago Boado Aguinaga
Galería:
Santiago Boado Aguinaga