Viaje pintoresco por la ría de Vigo
(Continuación)
VII.
«Era una hermosa mañana aquella; el mar batía impetuoso las escarpadas vertientes de aquellas tres gemelas, hacia saltar sobre la arena y sobre las rocas, sus olas cubiertas de espuma. Nuestra lancha corría a toda vela balanceándose, merced a la marea viva y el viento fresco que se había levantado. Por fin saltamos en tierra, en aquella playa desierta y emprendimos nuestra ascensión a la hora del Mediodía, cuando el sol vertía con más fuerza sus ardientes rayos sobre las islas. Llegamos bastante cansados al verdadero oasis de aquel desierto, al elegante faro, que se levanta sobre la cumbre de la isla; éste es de segunda clase y su luz alcanza hasta treinta millas, siendo uno de los más hermosos que hemos visto. Desde sus balcones admiramos uno de los más preciosos y encantadores panoramas, el mar se perdía en una inmensa línea, y vimos a nuestra derecha a Monteagudo, más adelante las islas Ons, durmiéndose al choque de las olas, Sálvora, Currubedo y Finisterre, entrando en la mar una punta de tierra que se pierde en el horizonte. A la parte Norte la Verga, cuya falda besa la ría de Marín que tiene allí su embocadura; volviendo la vista a la otra orilla, vimos asomarse el arenal de Coya, a Bouzas y a Vigo, y por último, por el camino que más tarde seguimos para visitar Bayona, se tendía el mar a quien dan el nombre de la boca del medio o del Oeste, mar que tiende sus olas entre las islas Cíes y las de San Martín, mientras en frente nuestra se perdía entre las nubes la gigante cordillera del Cereijo, a cuyos pies se extiende la antigua Erizana, que entra en el mar como una pequeña lengua de tierra. Una infinidad de gaviotas levantaban su vuelo al pie de las islas, y los chillidos de estas aves y el rumor del mar eran lo único que turbaban aquel silencio; los patos de mar se mecían en las olas; los cuervos marinos volaban a flor de agua e introducían sus largos cuellos en ella para buscar su alimento, y los buques que pasaban a larga distancia y se acercaban al puerto o se internaban según era su rumbo.
Estas islas son sin disputa alguna las más célebres de toda la ría.»
Manuel Murguía. El Heraldo Gallego: semanario de ciencias, artes y literatura. 23 de julio de 1874